F E O
Para escribir hay que tener alguna tara.
PAUL AUSTER
PAUL AUSTER
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El cóctel se hallaba en ese lance en que los camareros,
con aparatosas bandejas de canapés, se dirigían hacia
los corrillos de gente que se habían formado en el salón
del hotel.
El apuesto universitario, aspirante a escritor,
acompañado por una bella joven de ojos verdes, aire
intelectual, y con el cabello por la espalda recogido en
una coleta, se levantaba impaciente sobre la punta de
los pies, mirando por encima de las cabezas hacia
donde la famosa novelista, en cuyo honor se celebraba
el acto, firmaba ejemplares de su nuevo libro. Ingenuamente,
esperaba a que el grupo de personas que se
agolpaba a su alrededor se dispersara, para acercarse
y cumplir el viejo deseo de charlar con la que todos
—él incluido— consideraban una figura de las letras
españolas.
Tres cuartos de hora más tarde, seguramente en
uno de los pocos momentos en que estaría sola a lo largo
de la noche, la abordó en la puerta del servicio de señoras
y, tras presentarse como un ferviente admirador de
su obra, le tendió un libro para que se lo dedicara.
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(primera parte de dos)
Rafael Camarasa
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