jueves, 26 de noviembre de 2009

Cuaderno de viaje: Crónica sentimental de Valencia




Estoy pensando en mis amigos de Valencia, a los que conocí estos días bajo la hospitalidad de Alicia, Isaac y África (que me cedió su habitación llena de muñecos) Pienso en cómo las redes, que fue tejiendo Viktor Gómez, mi hermano pequeño, ahora son grandes techumbres que alojan afinidades y compromisos; a mujeres y hombres a los que al fin, pude ponerles cara. Uno nunca se siente extraño donde le quieren. Fui a Valencia esperando algo así, pero la realidad desbordó cualquier expectativa.
¿Por dónde empezar? El principio me sitúa de nuevo al lado de Viktor. Quiero a ese hombre no es ningún secreto, su familia es mi familia. Nada os puedo descubrir a los que ya le conocéis:"Hombre hambriento de hombre" son sus apellidos. Compromiso y generosidad más allá de lo imaginado. Poeta en tránsito sobre las ruinas del daño, la orfandad de toda una generación. Asistió a una extraña escuela libertaria donde sólo le enseñaron a sumar, a unir, a modelar la materia sensible de la que están hechas la marginación, el olvido, el abandono, la infamia. Nunca vi tan inseparable al hombre del poeta, una forma de vivir la palabra dada, regalada, expuesta. Viktor Gómez, “vanguardia de la poesía” como lo definió Jesús G.
Jesús G. Alta tensión de lo humano, escucha afectiva, con-versador desde la calma. Qué ganas de conocerte, amigo mío. Hay revolución en lo que planteas, búsqueda, sorpresa en el hallazgo y ese automatismo que genera transmisión, impulso de seguirte, de compartir contigo tiempo y acción. No sabré expresar con la intensidad debida cómo te anclaste a mis afectos, así que lo mejor es decirlo: Gracias Jesús por tu compañía, por ser compañero más allá de cualquier distancia que se empeñe en retrasar el abrazo.
“Abrazo” fue el hilo conductor de estos días, sin formalidades, sin ficción; abrazo que te desnuda y deja en intemperie lo que somos, mujeres y hombres buscando el calor que generan los sentimientos, aquellos que mirándose a los ojos se reconocen y atraviesan la comprensión tácita de un mismo camino.
Abracé a Alicia, ese duende que contagia el convencimiento de que merece la pena apostar por las altas colmenas, donde zumban abejas que odian la miel y construyen hexágonos como recipientes de lo posible. Mirad sus ojos y sabréis de lo que estoy hablando.
Abracé a Isaac, me emocionó hasta la médula verle llorar cuando en su Dorado (nuestro) Alicia, Lola, Sefa retorcían nuestras conciencias con “nada asombrosas pero exactas palabras”. Sus silencios, su presencia a veces en la sombra, su apoyar a costa de un tiempo para descansar, tramita una carta de amor que sin duda, llegará a su destino. Gracias Isaac, mi casa es tu casa igual que la tuya lo fue para mí.
Abracé a Román, entre otras muchas razones porque es “abrazable”, sentimiento puro y fractura de formalismos. Desde su interior nace la agradable sensación de un calor que te envuelve. Jamás podré olvidar tu mirada Román, me traspasó para siempre.
Abracé a Eddie abre paréntesis J. cierra paréntesis, Bermúdez; portador de una bandera que lleva grabada el “Carpe Diem”, que el pasado o el futuro sirven para los collages, para reinventar la propia historia. Calma y ánimo, amigo Eddie, cuando se está en el buen camino, se acaba por llegar. Gracias por aguantar mis conversaciones en la barra y eso que no bebo alcohol, si no me hubieras tenido que echar.
Abracé a Félix Menkar, crítico, mirada crítica, el hombre que ataja, que desde su posicionarse pide a los otros que no se dejen llevar por siglas. Un trabajador de la conciencia o “neósofo “ que limita la prudencia a los pasos de peatones . (Sigue subiendo las fotos, por favor)
Abracé a Mar Benegas, mujer poeta, mujer plástica, mujer visual. Cómo me alegro de haberla conocido. Mi intuición ya me paró otras veces delante de un corazón así, aunque su intuición me supera con creces. Sabe adentrarse y pulsar esas fibras que generan la empatía y tanto se parecen al sentimiento. Si existieran las almas y aún más, las almas gemelas, creo que nos reconoceríamos. Te debo un montón de cosas, Mar, dame sólo un poco de tiempo.
Abracé a Laura Giordiani y Arturo Borrá, fue prolongar el que ya nos dimos hace tres años en Alzira, pero ahora con una nueva vida de ojos hipnóticos que llaman Carlos. A quien me quiera escuchar siempre digo que son dos de los mejores poetas que conozco.  Acento y cercanía, proximidad con los más desfavorecidos, poetas del daño, del dolor; una mezcla invencible de erudición y sentido. Compartir con vosotros esa tarde de domingo, fue la confirmación de lo presentido. Os quiero.
Abracé a Lola Escudero (Leda), una mujer que no te deja indiferente, parte esencial de la obra que fue el motivo o la disculpa de mi viaje. Cuando te pregunta lo hace como un niño, desde sus enormes ojos abiertos; ventanas que esperan el día o las respuestas. Expresión todo su cuerpo, animación y vértigo. Sus personajes la poseen hasta no saber quién murmura al oído: “Tenía catorce años. Su delito: Ir sola a casa” Lloré con ella desde esa intensidad que sólo lo verdadero transmite. Gracias Lola: Inolvidable Leda.
Abracé a Lucía Bosca: ¡Qué especial eres amiga mía y cuántas ganas tenía de hacerlo! Leerte es una cosa y tenerte delante es darse cuenta, de cómo lo frágil puede ser fiero. Mujer densa, incapaz de vivir sin pasión, sin preguntas, sin contradicciones. Vivir la vida en muchas vidas, conjugar el verbo compartir, hasta hacerlo un sustantivo, sólo está al alcance de quien es capaz de modelar el corazón a imagen y semejanza de lo amado. Hermosa Lú, me llenaste.
Sólo incompatibilidades de tiempo y agendas me impidieron abrazar a Antonio Méndez, pero él quería y yo quería, así que el abrazo existió. Me fascina ese hombre capaz de hablar de los “holocaustos de baja intensidad” ante los que no reaccionamos. Como decía Humberto Robles: ¿Cuántas son muchas mujeres muertas? Es ahí donde la figura de Antonio se hace indispensable. Deuda de luz con él que abrió mis ojos como me los cerró Gamoneda, aquella tarde en Valencia. Habrá más ocasiones y las ganas habrán crecido. Gracias Antonio.
Abracé a Miguel Morata, de profesión librero (envidia de muchos que no saben que los libros, como los gatos, son ellos los que nos adoptan) Hablamos, compartimos, me enseñó su mundo de estanterías y convicciones; coherencia desde la barba hasta donde alcanza su mirada. Sonrisa cómplice y palabra exacta. ¡Qué ganas de un tiempo para coordinar experiencias e inventivas contigo!  Me regalaste algo más que un libro: Tu amistad incunable. Gracias Miguel, de corazón (donde te llevo): Gracias.
No es casualidad que haya dejado para el final este abrazo. Cuando hace unos pocos meses me puse en contacto con Sefa Bernet, yo no sabía, no podía presentir el impacto emocional que me causaría. ¿Sabéis de esas raras alineaciones de planetas? Pues eso ocurrió. Me encontré con una disposición que parecía trazada a la medida del sentimiento. No sé quién, cómo, dónde, anticipó la ruta y fue señalizando el camino hacia su corazón. Pero ahí estaba Sefa, mezcla de improvisación y camino andado. ¡Cómo contagian sus interrogantes! Te envuelve, confía, espera (no quietud). Búho compinche de la risa a esas horas que no sabes muy bien, si todo está hecho o aún por hacer. Me fue involucrando en su proyecto, con la naturalidad de un práctico atracando un barco, hasta llegar al muelle común del desafío. La quiero: ¿Cómo no querer a ese manojo de nervios, que te traspasa azabache desde sus ojos? Empecé esta crónica sentimental de mi viaje diciendo: “abrazo que te desnuda y deja en intemperie lo que somos”: ¿Es tarde para confesar que pensaba en ella? Porque así lo viví y espero me dé la oportunidad de seguir haciéndolo. Sefa (mi Sefa) es la mujer a la que pude conocer porque se equivocaron los sueños.  Esta obra nunca hubiese sido el testimonio, la rabia, el asco profundo contra el maltrato, si tú no hubieses cogido las riendas, diseñado la estrategia de un acto que inclinará la balanza desde el plato de la infamia a la esperanza. Me tienes a tu lado. Nada puede hacerme más feliz que cuentes conmigo. A ti no te doy las gracias, te beso.
A todos los que tuve la ocasión de conocer y sólo por error no os incluyo aquí, permitidme que también os de las gracias.
Quiero terminar como empecé, al lado de Viktor, de su dolor que me acongoja. Recupérate pronto compi, no sabes cuánto te necesito.
Julio